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San Ignacio cuenta con espacios mágicos y de mucha historia que te van a sorprender, desde celebridades que participaron en el movimiento de la Independencia de México hasta haciendas que entre sus rincones y en sus paredes sepultaban a sus familiares.  

La Hacienda de La Labor es una de ellas, pero no es cualquiera, fue el centro de comercio y de desarrollo de toda una región, que inició como hacienda agrícola y terminó como hacienda ganadera, un espacio que tenía 12 mil 600 hectáreas, con represas, ojos de agua y hasta cuatro cocinas, una de ellas para los perros.  

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Según Juan Ramón Manjarrez Peñuelas, cronista de San Ignacio, los orígenes de la hacienda van desde 1644, su primer dueño fue Baltazar González y empezó su actividad como centro principal del intercambio comercial y agrícola, lo que la hacía un punto importante de negociaciones y de fuente de trabajo para todos los habitantes de La Labor.  

Fue la dificultad del traslado de los granos lo que orilló al dueño de ese periodo, Juan de Loaiza, a cambiar el giro, de lo agrícola a lo ganadero, pues le resultaba más redituable y más factible mover al ganado.  

“Fue una hacienda nuclear, porque recogía todos los productos que había a los alrededores de otras haciendas, la Hacienda del Huarache, la Hacienda de San Fermín, todas las haciendas que se fundaron giraban alrededor de esta hacienda”, dijo.  

Una hacienda con cocina hasta para los perros 

Tan grande era la hacienda, que todo el pueblo trabajaba en ella, y tal era su magnitud, que además de numerosas habitaciones, que hoy ya no existen, tenían cuatro cocinas, una cocina para los perros, una cocina para los arrieros, una para los administradores y una para los dueños. Cada cocina tenía el equipo necesario para la alimentación de cada segmento. Hoy solo queda una sola.  

Si tú vas a la Hacienda de La Labor notarás su imponente estructura, considerada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia como un edificio histórico, cuenta con su propia capilla y en ella, se encuentra uno de los estandartes de la Virgen de Guadalupe que abanderaban los insurgentes durante la Guerra de la Independencia.  

Cuenta con vestigios de represas y ojos de agua con el que todos los habitantes se abastecían y lograban tenerla durante todo el año, aun cuando faltaba, ellos podían obtenerla fácilmente y si eres un explorador nato, podrás recorrerlos y caminar por encima de ellos sin problema.  

Difuntos en las paredes y rincones, costumbres de los hacendados  

En sus paredes y rincones, la Hacienda de la Labor cuenta con restos de familiares que tras el paso de los años fueron sepultados, como en las viejas iglesias de la Nueva España, honrando sus memorias, como se acostumbraba entre los hacendados de aquellos tiempos.  

“Había prácticas funerarias que se hacían antes, los hacendados buscaban ser sepultados en sus haciendas, antes de Benito Juárez, las iglesias se encargaban de todo eso, de los camposantos, antes que existieran panteones la gente era sepultada en los atrios de las iglesias, pero en el caso de hacendados, hombres poderosos, tenían sus capillas y ahí se enterraban, pero el misterio en La Labor es que, en un costado, al oriente de la hacienda, enterraron a una de las hijas de los dueños”, narró.  

Actualmente el lugar es propiedad privada, pero puedes ingresar con permiso de su actual dueño que ahí mismo vive. El sitio tiene un museo con vestigios de aquellos años y una capilla que te hará viajar en el tiempo conociendo lo que realmente se vivió durante la Nueva España.

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