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MAZATLÁN. – El aroma a mar y camarón impregna el aire, mientras los rayos del sol golpean la piel de los pescadores que recorren la avenida Puerto de Veracruz y se adentran por la Calle Puerto Topolobampo, llevándolos a un mundo lleno de aventuras, donde la alegría y la tristeza caminan juntas.  

Este camino los conduce directamente al muelle pesquero del Parque Alfredo V. Bonfil de Mazatlán, donde también se puede palpar la incertidumbre que embarga a los hombres del mar ante la inminente apertura de la temporada de captura del crustáceo. 

El tiempo no da tregua, y en el muelle pesquero del Bonfil, no solo se encuentran barcos camaroneros amarrados, donde los pescadores preparan sus embarcaciones para salir a pescar, sino que también se resguardan sueños, experiencias cargadas de valentía que van de la mano con esfuerzo, coraje, ilusiones y una acumulación de momentos. 

Los motores apagados permiten escuchar con claridad los sonidos de las tareas en los barcos, mientras se ajustan todos los detalles para estar listos para zarpar en una nueva aventura.  

Entre las miradas de personas jóvenes y adultas, se percibe el deseo de que regresen los tiempos de gloria del sector, pero por el momento, solo queda continuar soñando y preparar los barcos para la partida. 

En cada temporada, los pescadores desembarcan toneladas de historias vividas en el Océano Pacífico, y al mismo tiempo, se siente la inquietud de enfrentar nuevamente una mala captura como la del año pasado.

En el muelle, se refleja esa incertidumbre, las injusticias y las decadencias que algunos añoran dejar atrás, deseando regresar a tiempos de bonanza. 

Las labores continúan incansables: algunos preparan las redes, tejiendo con sus manos sueños de retornar momentos pasados. Se reparan cada rincón de las embarcaciones, se afinan los motores y se asegura que el refrigerador esté en perfectas condiciones para conservar los productos. La actividad no cesa a lo largo del día. 

Foto: Karyna Sánchez

Su segundo hogar 

Durante un recorrido, se observa las embarcaciones y a los pescadores que llevan a cabo sus labores bajo el abrasador sol para dejar todo listo en los barcos, que durante casi 30 días se convertirán en su hogar mientras están en altamar. Entre risas y bromas, el trabajo continúa, con cientos de pescadores dedicados a sus tareas. 

Ya arriba de la embarcación, se nota de inmediato la fe y la esperanza que albergan estos hombres antes de partir. A pesar de las incertidumbres que ha enfrentado el sector en los últimos años, los más de mil trabajadores continúan esforzándose juntos, incluyendo patrones, motoristas, cocineros, marineros y pavos de la flota camaronera, para navegar juntos las aguas del Pacífico Mexicano. 

Don Agustín Rodríguez, quien ha dedicado más de 40 años a este noble oficio, comparte su perspectiva: «Partimos con la ilusión de que las cosas mejoren. Sabemos que no será como en los años 80 o 90, pero tenemos fe en Dios. Esperamos volver a sonreír, después de tanto sufrimiento.» 

Aunque su rostro refleja una desilusión enorme y palpable, con arrugas en su piel, manos desgastadas por el trabajo arduo, un paso lento y una voz entrecortada, su mirada sigue irradiando pasión por el mar y la aventura, cargada de esperanzas de que la vida pueda sonreír nuevamente a todo el sector pesquero. 

Arduo trabajo previo a la zafra 

A lo largo del muelle, se escucha el golpeteo de martillos y picos, así como el sonido del esmeril y el chisporroteo de las máquinas de soldar. Se trabajan incansablemente en las embarcaciones, ajustando detalles, instalando nuevos tubos, reparando estructuras y renovando cada rincón de los barcos, entre ellos los tangones, tablas de arrastre y otros detalles en cubierta y cascos de la nave. 

Luis Beltrán, un joven pescador, encargado de la maniobra en los tangones, menciona que cuando se está en altamar, la vida cambia. Trabaja entre las tablas, cuando se bota y cuando se logra recuperar la red, tiene sus riesgos, pero es con lo que lleva el sustento a su mesa. Ahora, en tierra, todo está en perfectas condiciones para salir hacia la próxima travesía más.  

La fecha para zarpar una vez más está marcada en el calendario, el próximo 23 de septiembre. Aunque prevalece el temor en el sector, los hombres de altamar mantienen una pizca de esperanza de que las cosas mejoren y beneficien a todo el sector. Poner en marcha un barco no es una tarea sencilla, ya que requiere una inversión aproximada de un millón de pesos. 

El muelle pesquero del Bonfil tiene solo una semana más de intenso trabajo antes de que las embarcaciones estén listas para salir en busca de camarones, llevando consigo sueños, alegría y mil aventuras.

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