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MAZATLÁN. – En la oscuridad, el mar abierto es lo único que se escucha. El aire sopla. La melodía de los pájaros dejó de cantarse. Lo único que queda es Antonio Enrique Guerra López y su panga, quien va a adentrarse a aguas más profundas, cansado sí, pero con la esperanza de que sea una buena noche de trabajo.  

Antonio es un hombre de 55 años a quien le conocen mejor como “El gordo”. Vive en Mazatlán, Sinaloa y por más de 35 años se ha dedicado a la captura de sierra, aunque siempre dice “lo que caiga es bueno”.  

La pesca para él es toda una tradición familiar que ha pasado de generación en generación. Desde de pequeño veía a su padre iniciar aquel viaje a mar abierto que le llenaba de emoción al imaginarse las mil y una aventuras que podría también vivir. Pero esa espera no duraría mucho, pues a la edad de 12 años inició su travesía junto a su padre, quien en un principio era renuente de que su hijo tomara esa decisión, pero “El gordo” quería ser como su padre.  

“Desde niño, veía a mi papa y siempre dije ‘quiero ser como él, quiero hacer lo que él hace’”.  

Don Antonio tiene cuatro hijos, pero sólo uno, a quien lo han bautizado como “Jairo”, es quien sigue sus pasos, tal y como él lo hizo con su padre.

Su rutina es estricta: a las 11 de la noche comienza a revisar el chinchorro y el resto de su equipo de trabajo para tenerlo listo antes de las 12, hora en la que inicia su viaje. Es muy importante no olvidar la vestimenta, chamarras impermeables y hasta térmicas para aguantar el frío del invierno. Desde Mazatlán hasta las aguas de Mármol, Don Antonio y su lanchita salen a buscar el sustento del día, ese que les da para comer. A las 6 de la mañana regresa. El producto que logra capturar es pesado y posteriormente es vendido entre los puestos del mercado del embarcadero de la Isla de la Piedra.  

En un buen día puede pescar hasta 400 kilogramos de sierra. En temporada de escasez, que va desde mayo a septiembre, su viaje solo logra traer 50 o 100 kilos, como máximo.  

Pese a que hay días oscuros, donde lo único que lo acompaña son las olas y la soledad del mar, no se arrepiente de haber elegido ser pescador, puesto que ninguna otra profesión le brinda la satisfacción de sentir la brisa del mar o ver el amanecer, una escena que describe como majestuosa. 

¿Supera el sentimiento de sentirse vivo a los retos a los que se enfrenta día a día? Se le preguntó, y don Antonio sonrió cuando, y así sin decir ninguna palabra había dado una respuesta, pero no sin antes mencionar el momento donde había sentido mucho miedo.  

El salto de una ballena, ya hace muchos años. Era la primera vez que tenía frente a frente aquel animal considerado como uno de los más grandes en el mundo. El salto del gigantesco mamífero hizo tambalear su pequeña, pero fuerte lancha.  

“Ese día sentí mucho miedo, la vi en todo su esplendor, a comparación de ella, yo era diminuto y la panga ni se diga. Lo recuerdo y me sigue asombrando mucho”, agregó.  

Aunque se considera joven, poco a poco siente como 35 años de experiencia le han pasado factura, sobre todo en su vista y en el cansancio físico que deja como consecuencia el desvelarte constantemente. Se siente cansado, pero seguirá pescando porque es lo que disfruta. 

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