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César Guemes

A la memoria de Gerardo de la Torre

El señor de las sombras sabe a cuáles de sus discípulos obsequiarles, a un tiempo, un alma luminosa para que alumbren al resto, y la opción de retirarse jóvenes del mundo si así lo desean.

Juan Bautista Villaseca era uno de ellos. Este año conmemoramos el 90 aniversario de su nacimiento, ocurrido en 1932.

Falleció cuando contaba apenas con 37 años y ya había dejado una huella poética profunda, definitiva e irrepetible.

Para entonces, además de poesía, incursionó en la novela breve y le dio tiempo de estudiar medicina y auxiliar como médico tanto a quienes podían pagar por sus servicios como a quienes no contaban con recursos. Y aún se hizo espacio para rodearse de amigos, hoy casi todos en el éter, y departir con ellos siempre, lo que se dice siempre, con un trago de por medio. Y si en efecto tomó la opción de salirse del mundo con la conciencia de sus actos y el alcohol menguó mucho su fortaleza física, lo cierto es que la bebida no hizo mella alguna en su admirable capacidad literaria.

Una de sus obras emblemáticas, con la cual me permito recordarlo, es el Diurno del bar, que fue cincelando en uno de ellos —de lo cual da testimonio el catedrático normalista Alejandro Miguel—: el que se ubicaba en Puente de Alvarado y Rosales. Sólo que el diurno no está pensado para el lugar, ni para los usuarios de la época, sino para cualquiera que entiende que en una copa de vino, si se sabe preguntar con respeto y apego absoluto, se encuentran todas las respuestas.

Don Juan Bautista lo sabía porque lo vivió y algunas pocas ocasiones, con la existencia ya mermada pero persistente, le reiteró a otro poeta, Roberto López Moreno, aquello de «Para beber hay que tener fuerza de voluntad».

Dice en su Diurno del bar: «El bar es el exilio de un sonámbulo/ que llega hasta la barra y se suicida./ El bar es el obrero, es el agricultor y es el poeta,/ que tristes ya de hablarle al sindicato/ al campo/ y a la vida/ se van a oír cómo les suena el alma/ entre los vasos.» Pero, deja un aviso para navegantes: «El bar es un puñal de doble sueño.» Y sigue, transportando al lector a un tiempo de trotes y caminos de espuela: «En la puerta, como en esas películas donde el volado dice pan o muerte,/ dejamos un caballo con un fardo de angustia./ Cuando olvidamos de la boca del vaso,/ cuando nos vamos otra vez al tiempo,/ cuando el alcohol sonrió frente del hambre,/ nos salimos del bar a ver el viento.» Para este momento, cuando el poeta ha apaciguado temporalmente la sed de respuestas, recuerda que no llegó a solas al bar y que su camino debe proseguir. Cierra así: «Y el caballo ahí está./ Le montamos de nuevo la tristeza/ y nos vamos cansados a la noche con un galope lento,/ que despertando el polvo/ vuelve otra vez hacia la lejanía.»

El original de ese texto pasado a máquina en tinta azul se lo obsequió Villaseca a Alejandro Miguel junto con un poemario completo, y luego lo editó López Moreno en la antología Variaciones de invierno. Desde hace poco más de una década, el también poeta y editor José Manuel Recillas ha puesto uno de sus varios empeños en rescatar la obra de don Juan Bautista a través de las ediciones de Taller Ditoria, que son gemas muy difíciles de conseguir, pero que honran a quien encontró al fin la respuesta final a sus preguntas al escribir: «Son las tres de la tarde de un año sin consuelo./ Yo no sé si estoy muerto/ o Dios está borracho».

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