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Serrat

Había caras largas, el artista hijo del Mediterráneo, el antifascista, el amoroso y pasional, el que recita por igual a la mujer que siempre esperó, aquel que se hizo camino al andar, Joan Manuel Serrat llevó su epílogo musical a México, en una noche icónica en el Zócalo.

Serrat inició ese recorrido hace cinco décadas, y en ese sentido llamó a los mexiquenses a no pasarla triste, sino convertir el encuentro en una fiesta.

«Buenas noches, esto no es un concierto de despedida esto es una fiesta, así que alejen todo atisbo de nostalgia, a partir de ahora todo es futuro», saludó Serrat a su gente, que le vitoreó.

El frío y la lluvia jugó con las emociones de quienes sin importar la edad, aunque en su mayoría eran mayores, gritaron y aplaudieron en júbilo en cada tema y pausa del cantautor.

De inicio, la mayoría cantaba silenciosamente, un poco por la lluvia y el frío, otro poco porque esa misma lluvia se sentía como un presagio de que esto era, en efecto, una despedida.

Entonces, el músico tomó su guitarra para recordar al poeta Miguel Hernández entre una voz entrecortada con «Las nanas de la cebolla» que el público, expectante, respetó sin cantar, acompañando desde la mirada y el silencio en este su último concierto: «Un hombre comprometido con su gente, sensible, que amaba la libertad y la vida, ambas se las arrebataron», expresó Serrat.

El amor de sus seguidores se expresó en un aplauso para continuar celebrando con «Para la libertad», en la que se proyectaron fotos de obras del artista inglés Banksy.

Las lágrimas volvieron cuando la gente gritó: «Serrat, Serrat, Serrat» y, nuevamente con la voz entrecortada, narró: «Es probable que sepan que hace un tiempo nací en Barcelona en un barrio popular, entre la montaña y el mar, allí crecí y a veces pienso que todo lo que aprendí fue en esas calles, en ellas encontré todo lo que he aprendido, además del ejemplo de mis padres, a mi madre le dediqué esta canción», dijo con «Canço Bressol».

La alegría se coló con «Tu nombre me sabe a hierba»; luego, la reflexión con «Pare» (Padre): «Les quiero contar que, cuando escribí la siguiente canción, en los 70, recién empezábamos a sufrir con espanto la sensación de que entre todos estábamos cargándonos al planeta».

«Siempre creí que el ser humano tenía capacidad de reacción, opinión optimista de la raza humana; hoy hay que tomar decisiones reales al respecto, severas. Los que tienen posibilidad de hacer estas cosas no tienen mucha prisa en ello», lamentó.

En ese mar que conecta a África con Europa hasta el estrecho de Gibraltar, es donde todo comenzó para Serrat, y esas aguas fueron también, en una evocación, el principio del final, cuando interpretó su emblemático tema «Mediterráneo».

Después, inmortalizó en lágrimas de algunos asistentes «Aquellas pequeñas cosas», seguida de «Cantares», que le brindó a Serrat un aplauso que duró poco más de un minuto. Así, junto a sus músicos se reunió en el escenario y agradeció a su gente que no paraba de aplaudir. Y sí, llegó el Simipeluche al escenario, que Serrat sólo levantó y dejó encima del piano para interpretar sus últimos dos temas.

«Magníficos, entrañables, un honor, pero como todo en la vida todo lo que inicia tiene un final, si por mí fuera, cantaría hasta la madrugada, ni sé en qué condiciones pero quiero también agradecer a Tláloc que ha sido bueno, no hay que meterse con él porque tiene muy mal genio», expresó para despedirse, finalmente.

«También quiero dar las gracias a toda la gente que me enseñó a conocer y querer a este país y me permitió caminar con ellos tantos años, mi gratitud con quién todavía puedo echarme algún alipús, y también agradecer a los que se fueron antes, espero también que mi agradecimiento quede grabado musicalmente».

La gente no quiso dejarlo ir. A diferencia del orden de canciones en su gira de despedida, no fue «Penélope», sino «Fiesta» el tema final, que puso a bailar a su público, ya tan resignado como satisfecho: «¡Viva México, cabrones!», sentenció Serrat.

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