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MAZATLÁN.- Una simple escenografía, una intensa interpretación y un rescate emocional intenso es lo que Prisma, regeneración de la memoria ancestral logró en su presentación en el Teatro Ángela Peralta la noche del 27 de abril en el 37 Festival Internacional de Danza José Limón. 

Después de un ritual a Téotl, Agustín Martínez apareció en escena para realizar un trabajo con sombras de su corporalidad comunicando elementos naturales y animales. 

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Se integraron tres bailarines más, de uno en uno, para complementar un cuarteto al ritmo de La consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, la cual describe el rapto y sacrificio pagano de una doncella al inicio de la primavera, quien debía bailar hasta su muerte a fin de obtener la benevolencia de los dioses al comienzo de la nueva estación.  

La música es agresiva, rítmica y a la misma vez innovadora, la pieza musical fue interpretada en vivo, en un piano, a cuatro manos, provocando una experiencia interesante. 

Las emociones se fueron confesando, los espectadores se fueron encontrando en algunas de ellas. 

No hubo oposición, se observaban sentimentales y en introspectiva, el final de la pieza se iba acercando y sus intérpretes se iban reuniendo con risas, después carcajadas y finalmente en llantos sentimentales en los que se abrazaron unos con otros. 

Las luces se desvanecieron, el piano calló, solo se escuchaba el llanto, las luces del teatro se encendieron y muchos espectadores en el teatro los acompañaban en su llanto. 

Prisma, regeneración de la memoria ancestral se estructuró a partir de cuestionarse el uso de La consagración de la primavera para una coreografía, el primer paso fue hacer una interiorización para pasar a la retroalimentación y desmenuzar el… ¿Quién soy, de dónde vengo? y esos de dónde vengo, ¿De dónde vinieron?  

Esto se traduce al pasado, el antepasado y el anteayer, y la cuestión fue… ¿porque si pertenezco a una familia de rancho, de pueblos muy lejanos de Durango, si soy de esta manera, porque no los traigo a este presente y porque no reivindicar esta ancestralidad? 

«Esta pieza que gira alrededor de la cosmogonía Tepehuana, permea libertades como el llorar, en este caso hombres heterosexuales y hegemónicos totalmente, logran transmitir el permiso que tenemos para llorar de alegría o para llorar cuando queramos llorar.

«Valida las emociones que en estos tiempos se han alejado y no nos permiten complementarnos para terminar de construir un yo», explicó la coreógrafa Alejandra Juárez. 

Daniel Zacarías Luna y Daniel Espíritu Narciso, fueron los músicos al piano, Gustavo Correa Ortiz, el diseñador de vestuario.   

César Gerardo Álvarez Yee, Javier Pérez Caicedo, Luis Rubio y Agustín Martínez fueron los bailarines de esta pieza y los encargados de construir ese puente hacia la introspección, en la cual tenemos arraigos emocionales, que muy probablemente, solo con el llanto son sanados. 

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