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CIUDAD DE MÉXICO.- La mayoría de los británicos no ha conocido otra reina que Isabel II, en la que muchos veían una especie de aura de inmortalidad. Sin embargo, en los últimos meses, la monarca se veía más delgada, cansada, enferma. Para muchos su muerte pone en peligro la monarquía británica.

La mujer de hierro que impuso moda con su forma de vestir; que se ganó el respeto de los británicos y de líderes mundiales, pese a las críticas a la monarquía, murió ayer jueves, a los 96 años de edad. 

Pasados los funerales, pasado el shock y el duelo, vendrá la dura realidad. Porque Isabel II era mucho más que una reina. Era el adalid de la monarquía, su último bastión. 

Ninguna de las demás figuras de la Casa Real goza de tal respeto, menos cariño.  

Si Isabel II no era especialmente carismática —la única en la familia real que se ha robado el corazón de los británicos ha sido la princesa Diana—, tuvo la inteligencia suficiente de siempre mostrarse presente, de dejar muy claro que ella era la reina.  

En el terreno político, optó siempre por el silencio, sin importar la turbulencia. Para bien y para mal. Eso la mantuvo lejos del huracán político, pero le granjeó el apodo de La reina fría y le valió críticas por no haber usado su poder para evitarle al país momentos amargos, como el Brexit. 

Sin embargo, la reina tenía una cosa muy clara. Su deber era preservar la Corona, a cualquier precio. Se convirtió en la roca de la monarquía británica, y a la larga, de Reino Unido, como señaló la nueva primera ministra, Liz Truss. 

A pesar de las dudas sobre las finanzas reales, de los escándalos de corrupción, sexuales, amorosos; de las críticas hacia un sistema tachado no sólo de obsoleto, sino de oneroso, la presencia de Isabel II siempre logró aplacar las iras y el rechazo. 

Críticos o defensores de la monarquía, los británicos sabían siempre en qué estaba trabajando su reina. Lo hizo hasta el final.  

Dos días antes de su deceso, encargaba formar gobierno a Truss, poniendo fin a los escándalos de Boris Johnson y dejando a Reino Unido, de algún modo, encaminado. 

¿Y Carlos III…? 

Todo eso cambia con su muerte. Carlos III, el nuevo rey, carece del cariño del que gozaba su madre. Muchos británicos no le perdonarán nunca el haber traicionado a Diana, sin importar las circunstancias.  

Tampoco se le considera una figura cercana, o que sea capaz de mantener en la Casa Real la estabilidad que su madre defendió a ultranza, a pesar de los resquebrajamientos visibles entre los miembros de la familia. 

«Dios salve a la reina», coreaban este viernes todavía los británicos, cantando el himno a Isabel II. ¿Y a Carlos? Nunca ha sido una figura particularmente visible y carga además el peso de ser considerado «el príncipe que esperó la Corona por décadas». 

Isabel fue el centro de gravedad de Reino Unido durante siete décadas. Bueno para el país, malo para Carlos III.  

Ella tenía 26 años cuando se convirtió en soberana. Él tiene 73. Y todo este tiempo, a pesar de haber asumido cada vez más tareas reales, conforme la salud de Isabel se deterioraba, no ha logrado que se le vea como algo más que «el hijo de la reina». 

Mientras Isabel II se convirtió en reina ajena a los escándalos, Carlos llega arrastrando muchos, propios y ajenos. La misma Diana puso en duda su capacidad para asumir las obligaciones de la monarquía que Isabel cumplió a cabalidad. 

Más grave para la estabilidad de la monarquía británica es la investigación que Scotland Yard inició a la fundación del ahora rey por posible corrupción.  

Entre los donantes, a cambio de favores, de la fundación, estaría la familia de Osama bin Laden, autor de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. 

Según la prensa inglesa, Carlos recibió de la mano del jeque qatarí Hamad bin Jassim bin Jaber Al Thani 2 millones de euros. El escándalo estalló este año.  

Isabel logró controlar, a pesar de todo, los escándalos de la Casa Real, algo que se ve difícil que logre Carlos III. 

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Pros y contras de la monarquía británica

Consciente de la impopularidad de los gastos de la realeza, el hasta ahora príncipe heredero ha sido un impulsor de acotar los beneficios de la monarquía, de los títulos a la seguridad. Con ello se anota un punto a su favor. 

Sin embargo, los británicos no pasan por un buen momento: inflación, precios estratosféricos de la energía, problemas de abastecimiento de gas, sueldos que no alcanzan y el hartazgo que arrastran desde la pandemia. 

Tiempo, es lo que no tendrá el nuevo monarca. Sumado a que los británicos lo ven como una figura lejana, las exigencias, los reclamos, vendrán pronto. 

No habrá reina que haga control de daños. A menos que Camilla dé la sorpresa, por ahora es una de las figuras más impopulares de la monarquía británica

Para algunos, la salida más fácil para Carlos III sería abdicar y ceder el trono al príncipe Guillermo, siguiente en la línea sucesoria. Pero por tantos años ha ambicionado el cargo que se antoja un escenario difícil. 

A la inestabilidad política se suma, ahora, por primera vez en siete décadas, la de la monarquía. La gran pregunta es si Carlos III logrará rescatarla.

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