Columnas
¿Sabes qué es la Oralidad?
Contar historias, compartir esas historias, llevar los relatos de una persona a otra, de una generación a otra, esa es la oralidad
Samuel Parra*
Si hay algo que se congrega desde los inicios de la humanidad, es el compartir y crear memoria.
A través del Programa Salas Nacionales de Lectura, se plantea un universo de posibilidades para construir estrategias y experiencias lectoras, por ejemplo, la oralidad.
Tú me cuentas algo, después yo lo comento con alguien más. Se gesta una cadena de saberes alrededor de esa información. De ahí nacen los relatos populares, mitos, leyendas, fábulas, entre otras maneras de comunicarse.
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Antes de continuar, al final de este texto encontrarás una liga de Spotify para que escuches este texto en el Podcast Lectuarante La Ballena Blanca, así reforzamos su experiencia lectora.
¿Sabes cuál será el epitafio que tallen en tu sepulcro? La pregunta no asusta pero sí te sorprende como las damas que te abordan para venderte terrenos en el panteón «pipiris» (no digo fifí porque este texto es apolítico) de tu ciudad.
Todavía no juntas los puntos para una vivienda de interés social y alguien piensa en tus exequias. ¿Qué bonito no? Es prevención, así no dejas gastos a tus familiares.
Sin la cercanía del Día de Muertos o hacer mofa de «Mamá Coco», abordo el tema porque hace días un amigo me contó (aquí empieza la oralidad) un íntimo deseo: que alguien escribiera su historia tras perecer, esa sería su última voluntad.
El calor perenne acompañó la plática entre mi amigo y yo. El tema del epitafio se olvidó. Él quería que uno de sus hijos redactase las vivencias que a nadie ha contado (lo reafirmo porque es importante). Presuroso le comenté que esas anécdotas son el génesis de las grandes historias en la literatura universal.
A manera breve, les voy a contar los tres relatos que me compartió mi camarada y qué relación puede existir con la materia prima de los escritores. Para hacerlo más interesante, la primera parte se asocia con el fuego.
El camarada, a quien llamaremos Lucas, trabajó en la gasolinera ubicada antes de llegar al entronque de Concordia. No recuerdo qué puesto tenía, despachador no era, jefecillo tampoco, pero algo hacía.
Cierto día, uno de los bombeadores atendió a un cliente. Era lo habitual, dar la bienvenida, preguntar cuántos litros de gasolina iba a querer, si roja o verde y cómo deseaba pagar, en efectivo o con tarjeta. El trabajador conectó la manguera al vehículo, digitó en la máquina la cantidad de combustible y accionó la función de bombeo. Una jovencita se ofreció a limpiar los vidrios, le dijeron que no. Un mariguano quería un «baiza» y lo retacharon. Hasta aquí todo iba bien.
Lucas, quien en ese momento estaba platicando con un vendedor de paletas heladas y empanadas, jamás se imaginó que evitaría una catástrofe. A escasos 20 metros se encontraba la unidad que cargó gas. Su conductor se percató que la bomba paró, el despachador desconectó la manguera y nadie sabe por qué, pero empezó a incendiarse la maquinaria en cuanto abrieron el switch para arrancar el carro.
Todos corrieron: el bombeador se arremangó el pantalón porque le quedaba grande; la muchacha aventó sus utensilios de trabajo; el mariguano ni se inmutó, quizá espiritualmente no estaba ahí; el chofer alcanzó a bajarse del carro para salvar su vida y el paletero dejó el carrito yéndose de ahí porque sentía cerca la flama.
Lucas nunca asistió a una capacitación sobre primeros auxilios ni riesgos en el trabajo. Hizo caso al sentido común: si no hacia algo el fuego podía provocar una explosión si alcanzaba los tanques subterráneos. Tomó un extinguidor, le quitó la espoleta, avanzó hasta el vehículo en llamas y apretó la palanca del aparato. Un chorreante espumoso blancuzco fue proyectado contra el objeto en flamas. El camarada fue un héroe, nadie lo condecoró pero evitó una tragedia.
El elemento del fuego es sumamente importante en una novela titulada Fahrenheit 451, del Escritor Ray Bradbury. Presenta a Estados Unidos en un futuro en el que los libros se prohíben y los bomberos los queman. El protagonista, un bombero que se llama Guy Montag, comienza a cuestionar sus acciones y se revela contra su mentor, el capitán Beatty.
En la novela, imaginó un mundo donde la gente se entretenía día y noche mirando los muros digitales de sus hogares. Interactuaban con sus amigos a través de esas pantallas, escuchándolos a través de radios auriculares (la versión de Bradbury de los AirPods inalámbricos de Apple) insertados en sus oídos.
Toca el turno de otro elemento, el agua. La segunda historia de Lucas ocurre en las playas de San Ignacio, cerca de Las Labradas. Nuestro amigo andaba de novio, tenía menos de 25 años, cuerpo atlético (hay fotografías que lo confirman). Su futuro suegro lo invitó a bañarse al mar en familia. En la comitiva iban la prometida, su mamá, el papá, el hermano, su novia y Lucas. Sería un día playero con ceviche de sierra, frijolitos puercos embarrados en tostadas, sopa fría, cervezas y refrescos. Antes de la comida se meterían a bañar para evitar calambres.
El mar lucía picado (marejada), las olas no le daban confianza a Lucas. Me comentó que tenía un sexto sentido para prever cuando algo malo iba a pasar y no le falló el tino.
Su casi suegro, porque en tres meses Lucas contraería matrimonio con la joven, le dijo a su yerno que si tenía miedo de meterse al mar, respondió que no pero no le daba confianza el oleaje.
Toda la parentela se metió al mar a bañarse, eran mediados de los años noventa en el Siglo 20, hasta aquí todo iba iban. ¿Tienen una idea de que sucedió después? Poco a poco la marea fue separando a todos de la orilla. Recordó Lucas que probablemente el más alejado quedó a 50 metros de distancia de la playa. Nadar de regreso era muy difícil con el oleaje, ya no pisaban la arena y comenzaron a cansarse.
«Muévete Lucas», una voz resonó en su cabeza. La condición física lo ayudó a bracear con fuerza acercándose a su novia, la sacó del agua, regresó por su suegra. Fue más difícil salvarla a ella porque se desesperaba por su demás familia y el joven futuro yerno tragaba buches de agua salina porque las olas le estallaban en la jeta. Cuando la señora sintió que sus pies tocaban la arena, Lucas la dejó que caminara sola y fue por su cuñado.
Este cooperó con su amigo y no resultó tan difícil la hazaña. La bronca era el suegro, a nuestro héroe se le iban las fuerzas, le pidió ayuda a un señor que conocía al suegro y este se negó a meterse al mar.
¡En la torre! Todos le rogaron que no lo dejara morir. No le quedó de otra, se dejó envolver por las olas que lo abrazaron con rudeza zambulléndolo en el fondo arenoso, dando volteretas bajo el agua donde la percepción de arriba y abajo se confundía. Ocurrió lo que menos deseaba Lucas en ese momento, un calambre trabó su pierna izquierda. Años después, seguiría sin saber qué ocurrió en ese momento, él se rindió porque el dolor era fulminante.
Sacó valor no sabe de dónde y braceó hacia la superficie con la extremidad aletargada. Faltaban cinco metros para aproximarse a su suegro, unas braceadas más y lo conseguiría. Lucas y él se miraron fijamente, estaba por cumplir 60 años, se jubilaría de la Comisión Federal de Electricidad e iba a acomodar a su hija y yerno en la dependencia para asegurarles un futuro. Los derechos se perdieron en esa fatídica mirada con su casi salvador.
El joven nadador observó al hombre maduro exhalar el último aliento, el golpeteo de olas mermó su condición hasta agotarlo. Lucas declararía al Ministerio Público varias veces este relato porque no le creían, él fue un héroe. Cinco días después, durante el sepelio, el amigo del suegro se disculpó con él por no haberle ayudado.
La Escritora Paula Assler encumbró esta reflexión: El mar se llevó a mis hijas, pero el mar fue muy cariñoso conmigo porque me las devolvió. De una tragedia nació su libro Si digo muerte, digo vida.
En el 2016 fue de vacaciones a Perú con su familia, hijos y nietos. Arrendaron una casa cerca de la playa. Era lunes cuando la mortaja cayó sobre su descendencia. Sus hijas María José y Antonia, 34 y 24 años respectivamente, se fueron a bañar. Ellas nunca se metían mar adentro, por ningún motivo. Pero de repente las agarró un remolino y las tiró como a unos 70 metros hacia las rocas. La última imagen que Paula vio de sus hijas fue una cabeza y una mano. Después de varias horas las encontraron en distintos lugares.
El último relato tiene al viento como su protagonista. A nuestro amigo lo contrataron en la tienda departamental de la llavecita. Un día el patrón anunció al personal la apertura de una tienda en Ensenada y les preguntó quiénes se apuntaban para irse a chambear allá por dos semanas.
Lucas se enroló en la aventura. Los voluntarios abordaron un camión destartalado, pero con aire acondicionado. A medio camino, a la última del desierto, Lucas escuchó un ruido, le avisó a su compañero de al lado que algo ocurría, pero este le recriminó por despertarlo. Quizá fue la imaginación, pensó él. No podía dormirse, se sentía inseguro, otra vez el ruido, pero más intenso.
Lucas iba sentado en la fila del pasillo, se levantó de su lugar y avanzó a la cabina del chofer a quien le advirtió sobre ese ruido que venía de los neumáticos traseros. El chofer reviró por el espejo observando con asombro una humareda, orilló el camión para detenerse. Descendió de la unidad donde comprobó el problema: se capó un balero de la llanta trasera que estuvo a casi nada de salirse. Voltereta segura susurró el chófer con asombro. Los demás pasajeros descendieron del autobús, querían linchar a Lucas porque pensaron que él había obligado al chofer a parar la unidad. Este hombre nos salvó la vida, alcanzó a decir cuando todos iban a tundir a nuestro amigo.
La Escritora Isabel Allende se cuela en la última recomendación de hoy con la novela El viento conoce mi nombre, es un relato de violencia y redención, que narra las historias entrecruzadas de dos niños unidos por el desarraigo.
La trama ocurre en Viena, en 1938, Samuel Adler es un niño judío de seis años cuyo padre desaparece durante La Noche de los Cristales Rotos, momento en el cual su familia lo pierde todo. Su madre, desesperada, le consigue una plaza en el último tren que le llevará desde la Austria nazi hacia Inglaterra. Samuel emprende una nueva etapa con su fiel violín y con el peso de la soledad y la incertidumbre, que lo acompañarán siempre en su dilatada vida.
Cambiamos de año y lugar, Arizona, 2019. Ocho décadas más tarde, Anita Díaz, de siete años, sube con su madre a bordo de otro tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y exiliarse en los Estados Unidos. Su llegada coincide con una nueva e implacable política gubernamental que la separa de su madre en la frontera. Sola y asustada, lejos de todo lo que le es familiar, Anita se refugia en Azabahar, el mundo mágico que solo existe en su imaginación. Mientras tanto, Selena Duran, una joven trabajadora social, y Frank Angileri, un exitoso abogado, luchan por reunir a la niña con su madre y por ofrecerle un futuro mejor.
¿Cuántos historias así conoces? Sinceramente, Lucas me sorprendió con su capacidad para contar historias. Cada relato poseía cargas energéticas variables, ninguna frecuencia vibró al unísono.
Esa es la magia de la oralidad, el impacto que provoca en quienes escuchan la anécdota y que después la replicarán. ¿Qué historias conoces tú?
https://open.spotify.com/episode/7FZBSu2VBI1KUd4f5TGRJs?si=e4g4N3PmSyu24Xtuj7Siqg
*Samuel Parra
- Escritor, Ensayista y Promotor Cultural. Ha publicado ocho libros. Sus obras han sido premiadas en La India, Colombia, Perú, Chile y Estados Unidos.
- En el 2022 fue nombrado Embajador Cultural por la municipalidad de Margarita Bolívar, en Colombia.
- Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Sinaloa, Master en Literatura Mexicana Contemporáneo por la Universidad Autónoma Metropolitana.
- Actualmente colabora con la Universidad de Tours, en Francia y la Universidad Humboldt de Berlín, en el área de investigación académico-literaria.
- Forma parte del Sistema Nacional de Salas de Lectura, donde genera proyectos comunitarios para el esparcimiento de este hábito.
- En Tiktok, Instagram y Facebook pueden seguirlo como «Nono El Cerdito Lector», donde recomienda libros y autores, a través de un peluche que colabora con el Fondo de Cultura Económica, Brigadas para Leer en Libertad, Buscalibre.com y Librería Gandhi.
- Su obra literaria se concentra en los géneros de novela negra, realismo sucio, crónica y entrevista.
Y mientras redacta estas líneas de texto, en la intimidad que ofrece una cocina económica que atiende, el autor se «esmera» en escribir cuentos para jóvenes prófugos del ácido fólico.