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Jeffrey Dahmer caníbal

«El monstruo», «el carnicero», «el caníbal». Jeffrey Dahmer se ganó muchos apodos, cada uno más escabroso que el anterior, por sus perversas aficiones que lo llevaron a prisión. En total, asesinó a 17 personas en Wisconsin, Estados Unidos, a lo largo de 13 años. Pudieron ser 18, pero su última víctima escapó y, gracias a ello, Dahmer fue detenido.

Netflix convirtió la historia del «caníbal de Milwaukee» en una exitosa serie, aunque las familias de las víctimas han señalado que no se les consultó previo a revivir sus tragedias.

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¿Quién fue Jeffrey Dahmer? Nacido en 1960 en Milwaukee, creció con un hermano menor. En la adolescencia comenzó a mostrar un comportamiento extraño, en coincidencia con el divorcio de sus padres.

Dahmer encontraría que le apasionaba la disección de animales muertos. En una ocasión encontró un perro; quería separar los huesos de la carne, reconstruir el esqueleto y venderlo. En vez de ello, le cortó la cabeza, la clavó en una estaca y la colocó en un bosque cercano a su casa. Luego le sacó una foto.

Según su confesión, a los 14 o 15 años comenzó a fantasear con hacer a seres humanos lo que hasta entonces sólo hacía con animales. También descubrió que le atraían los hombres. Sin embargo, combinaba los pensamientos sobre sexo con otros sobre violencia. Temeroso de que se descubrieran sus inclinaciones, jamás lo contó, lo que quizá habría evitado los sucesos posteriores.

A los 18 años hizo realidad su sueño más perverso. Recogió a un hombre que hacía autostop: Steven Hicks, también de 18 años, quien se convertiría en su primera víctima. El año era 1978.

Hicks quería ir a un concierto; Dahmer se ofreció a llevarlo, pero lo invitó a fumar marihuana primero. Hicks aceptó. Una vez en la casa de Dahmer, éste lo golpeó y estranguló con una pesa. Según la confesión de «el carnicero», lo mató en un acto de ansiedad, ante la insistencia en irse de la víctima.

Pero la muerte no bastaba para Dahmer. Era sólo un medio para lo que realmente quería. Se masturbó sobre el cadáver, lo desmembró y lo metió en la cajuela de su auto. Su idea era tirarlo en un basurero.

Unos policías lo detuvieron para hacerle la prueba de alcoholemia. Lo interrogaron sobre lo que llevaba en las bolsas. Dahmer respondió cualquier cosa y lo dejaron ir. Aterrorizado por la posibilidad de ser descubierto, regresó a casa y escondió los restos en las tuberías del sótano. Años después los machacó y esparció por la maleza, en el patio. Se quedó con la cabeza entera, para poder contemplarla.

Durante nueve años, no volvió a asesinar. Fue expulsado de la universidad y luego del ejército. Se volvió adicto al alcohol y a las drogas. Se fue a vivir con su abuela, quien al descubrirlo masturbándose sobre un maniquí armó un gran escándalo.

En 1986 fue detenido por exhibicionismo.

Fuera de control, Dahmer cometió su segundo asesinato en noviembre de 1987. Su víctima fue Steven Tuomi, un joven de 25 años. Dahmer contó que lo había conocido en un bar y lo convenció de irse con él.

En casa, le puso una pastilla en la bebida y… Eso es todo lo que pudo recordar.

Cuando despertó, Tuomi estaba muerto, colgando de la cama, ensangrentado. Dahmer siempre dijo no recordar cómo lo asesinó, pero sí cómo se deshizo de él. Mutiló el cuerpo, guardó unos días el cráneo y luego lo blanqueó. Todo en casa de su abuela.

Una vez que ella lo corrió de su casa, Dahmer alquiló un departamento. Y continuó su estela de crímenes, todos con un modus operandi similar: conocía a sus víctimas en un bar, de preferencia hombres jóvenes a quienes nadie buscaría en caso de desaparecer. Nueve de sus víctimas eran afroestadounidenses. Los invitaba a casa, los drogaba y estrangulaba. Luego, tenía sexo con el cadáver y se masturbaba sobre él. A veces bebía la sangre.

Descuartizaba a las víctimas, disolvía los cuerpos en ácido, tiraba los restos a la basura y conservaba alguna parte. En algunos casos, ofrecía dinero a las víctimas para que posaran desnudos para él.

Los vecinos se quejaban por el olor que salía de la vivienda de Dahmer, y por los sonidos extraños, pero por más de cinco años nadie les hizo caso.

Los horrores no pararon ahí. Dahmer comenzó a comerse los cerebros de sus víctimas, en una especie de ritual para, según dijo, que se convirtieran en «parte de él».

Se obsesionó con controlar a sus víctimas de algún modo y quiso convertirlas en zombies. Lo intentó con algunas de ellas. Les perforó la cabeza con un taladro y les colocó agua hirviendo, o ácido clorhídrico en el agujero. Una de las víctimas despertó, desorientada, cuando Dahmer no estaba en casa.

Al llegar, Dahmer encontró ahí a la policía, pero les dijo que el joven estaba ebrio. Los agentes no sólo le creyeron, sino que lo ayudaron a subir al hombre a su casa.

En julio de 1991, Dahmer ofreció a Tracy Edwards, afroestadounidense de 32 años, 100 dólares a cambio de ser fotografiado desnudo. Edwards se dio cuenta a tiempo de los planes de Dahmer y logró escapar y denunciarlo.

Cuando la policía llegó, Dahmer no intentó escapar y tras ser detenido confesó sus crímenes, con lujo de detalles.

La policía halló una cabeza humana en el refrigerador, dos bolsas en el congelador que contenían un corazón humano y unos genitales masculinos. En la recámara se encontraron cinco cráneos y objetos como cuchillos, sierras y martillos, así como fotos detallando procesos de desmembración de cuerpos humanos.

Dahmer fue condenado a 15 cadenas perpetuas y enviado a la prisión estatal de Ohio. Sin embargo, en 1994 fue asesinado por Christopher Scarver, un preso esquizofrénico que lo golpeó con una barra de pesas.

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